Creo que no
hacen falta más palabras para describir el carácter y la valía profesional de
Ramiro Arroyo que las que desgranó su antiguo profesor en aquella presentación.
Más de veinte años después de darle
clase, y probablemente sin ningún contacto personal posterior, recordaba
perfectamente a su antiguo discípulo así como sus cualidades más sobresalientes.
Supongo que no hará falta decir cuál es el nombre del “pueblo” en el que D.
Ramiro ejerció su profesión…Se preocupó mucho por el Hospital de la Beneficencia
y, a fuerza de tesón, logró recaudar una cantidad importante para dotarle de
algunos aparatos imprescindibles.
D. Ramiro hablaba bien el francés y se defendía en
inglés y alemán, por lo que fue
contratado por la Escuela Industrial para dar clases de francés y de otras
materias, faceta en la que también destacó, ganándose el aprecio de sus
colegas y de sus alumnos.
En 1918 obtuvo
por oposición una plaza de inspector provincial de Sanidad, pero antes
de tomar posesión renunció a ella
para no tener que abandonar Béjar.
Una prueba de fuego importante para él y para todos
sus compañeros de la profesión médica habría de llegar en ese mismo año en que,
pudiendo hacerlo, había desistido de abandonar Béjar. En efecto, en septiembre de 1918 llegó a Béjar la famosa
epidemia de “gripe española” (Spanish flu virus), cuyo nombre se demostró que era completamente
inapropiado, pues muy probablemente se originó en Estados Unidos. Para
hacerse una idea de la letalidad de la epidemia a nivel mundial, baste decir
que, desde su detección en la primavera de 1918, mató a al menos cuarenta millones de personas aunque hay medios
que afirman que la mortalidad fue más alta aún. En España pudieron fallecer hasta 300.000 personas, si bien las cifras oficiales redujeron las
víctimas a 147.114.
En la provincia de Salamanca la cifra de mortalidad
estuvo entre 3.000 y 6.000 personas y en Béjar la epidemia causó también
estragos. En efecto, en relación con nuestra ciudad El Adelanto publicó que había habido 4.560 afectados y 225 defunciones.
El Béjar en Madrid está
de acuerdo con la primera cifra, pero eleva la segunda hasta 365. Si la primera de las cifras es
fiable al tener Béjar por entonces unos 9.200 habitantes, querría decir que la
epidemia afectó a alrededor de la mitad de la población. Respecto a las
defunciones, si tenemos en cuenta que en 1918 hubo 258 nacimientos y 522 de
funciones, es decir 225 defunciones más que en 1917, la cifra de decesos por la
epidemia pensamos que podría estar más cercana a la que proporciona El Adelanto
que a la que da Béjar en Madrid, si bien no la hemos podido asegurar. De
cualquier forma, más de doscientos muertos en poco más de dos meses en nuestra
localidad supone una cifra muy importante de decesos.
En la propagación
de la enfermedad influyeron de forma decisiva el hacinamiento, la falta de
higiene y la mala alimentación, porque es conocido que a las
clases altas les afectó mucho menos.
Durante el desarrollo de la epidemia d. Ramiro, a pesar de encontrarse
delicado de salud, se entregó en cuerpo
y alma a los enfermos, trabajando
de forma agotadora, además de recomendar al municipio y a los enfermos
medidas básicas de higiene que eran importantes disminuir la propagación de la
enfermedad. Y entendiendo que no sólo bastaba con actuar contra los efectos de
ésta, buscó en el microscopio y en el
laboratorio la forma de comprender las razones de la malignidad de ese virus
mutante, realizando trabajos que lo revelarían como un buen
bacteriólogo. Pero con los recursos investigadores de la época era imposible
identificar el origen de esa mortífera gripe y, además, muchos de los pacientes
que la superaron murieron después como consecuencia de infecciones secundarias,
como neumonía bacteriana; recordemos
que la penicilina no se descubrió hasta diez años después, en 1928.
En abril de 1924, ocho años
después de solicitarla, y cuando ya casi nadie se acordaba de ello, le fue concedida la Cruz de 1ª clase de la
Orden Civil de Beneficencia, con distintivo
morado y negro. Las insignias de dicha orden le fueron regaladas por el pueblo de Béjar merced a una suscripción
popular abierta por el semanario local La Victoria. Le fueron impuestas
el 19 de octubre de dicho año por el primer teniente de alcalde, Esteban Tapia,
en el salón de sesiones del Ayuntamiento con asistencia de numerosas personas,
pronunciando un emotivo discurso publicado íntegro en La Victoria. En junio de 1924 había sido nombrado también
Hijo Adoptivo de Béjar.
A finales del verano de 1925 a D. Ramiro le aquejaba un catarro que tenía desde hace tiempo y que no se
le terminaba de curar. Acababa de haber una epidemia de viruela en Béjar
y, como en otras ocasiones, el trabajo del médico había sido extenuante. Una cruda madrugada tuvo que visitar a un
enfermo pobre en una casa del monte bejarano y, al parecer, esa misma
tarde había estado vacunando a varias
personas en otra casa de las cuestas del río con las ventanas abiertas
para que entrara luz, a pesar de las corrientes de aire. Dicen las crónicas que
eso, unido al catarro mal curado, pudo
ocasionarle la pleuresía que en cuatro días lo llevó a la muerte el
sábado, 21 de noviembre de 1925, a la
edad de cincuenta años. Le asistió en todo momento José Méndez, también
médico y muy amigo suyo.
El entierro se llevó a cabo
el domingo a las cuatro de la tarde, presidido
por el alcalde, Mariano Zúñiga, el ayuntamiento en pleno, y su familia.
Asistieron numerosas personalidades bejaranas y foráneas, los empleados
municipales francos de servicio y, mostrando especial sentimiento, una gran
muchedumbre que quería acompañar en su último adiós a quien se había entregado
sin reservas al servicio del pueblo llano. Desde el Puente Viejo fue conducido a hombros hasta el cementerio,
portando las cintas del féretro varios de sus compañeros médicos. Fue enterrado en el panteón propiedad de
Marcelino Cagigal, director de
la Escuela Industrial y gran amigo suyo, en el Patio de San José.
La Victoria dijo del entierro: «El sentimiento
no tuvo límites al recibir cristiana sepultura en tierra bejarana el cadáver de
este hombre admirable, incansable trabajador, que dedicó toda su vida a mitigar
piadosa y sabiamente las dolencias de sus semejantes,…».
Su antiguo colega, Enrique Suñer, catedrático de Enfermedades de la Infancia en la
Universidad de Valladolid, envió un artículo a Béjar en Madrid
con motivo de la muerte de su colega y amigo. Dice en él: «Cuando todos
contemplábamos a Ramiro Arroyo como una próxima gloria de la cátedra, como
miembro del primero de nuestros hospitales, camino de triunfar con el más
brillante de los éxitos y la más rápida de las fortunas, supimos con cierta
sorpresa que voluntariamente se enterraba en el pueblo de Béjar, para seguir la
vida de martirio, de trabajo incesante, de continuos desvelos, de agotamiento
prematuro,…».
D. Ramiro siempre fue un católico fervoroso y
practicante, pero sumamente respetuoso con las opiniones de los demás. Por ello
tenía amigos de toda clase y condición.
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