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domingo, 21 de abril de 2013

RAMIRO ARROYO CAPITULO II


Creo que no hacen falta más palabras para describir el carácter y la valía profesional de Ramiro Arroyo que las que desgranó su antiguo profesor en aquella presentación. Más de veinte años después de darle clase, y probablemente sin ningún contacto personal posterior, recordaba perfectamente a su antiguo discípulo así como sus cualidades más sobresalientes. Supongo que no hará falta decir cuál es el nombre del “pueblo” en el que D. Ramiro ejerció su profesión…Se preocupó mucho por el Hospital de la Beneficencia y, a fuerza de tesón, logró recaudar una cantidad importante para dotarle de algunos aparatos imprescindibles.
D. Ramiro hablaba bien el francés y se defendía en inglés y alemán, por lo que fue contratado por la Escuela Industrial para dar clases de francés y de otras materias, faceta en la que también destacó, ganándose el aprecio de sus colegas y de sus alumnos.

En 1918 obtuvo por oposición una plaza de inspector provincial de Sanidad, pero antes de tomar posesión renunció a ella para no tener que abandonar Béjar.

Una prueba de fuego importante para él y para todos sus compañeros de la profesión médica habría de llegar en ese mismo año en que, pudiendo hacerlo, había desistido de abandonar Béjar. En efecto, en septiembre de 1918 llegó a Béjar la famosa epidemia de “gripe española” (Spanish flu virus), cuyo nombre se demostró que era completamente inapropiado, pues muy probablemente se originó en Estados Unidos. Para hacerse una idea de la letalidad de la epidemia a nivel mundial, baste decir que, desde su detección en la primavera de 1918, mató a al menos cuarenta millones de personas aunque hay medios que afirman que la mortalidad fue más alta aún. En España pudieron fallecer hasta 300.000 personas, si bien las cifras oficiales redujeron las víctimas a 147.114.



En la provincia de Salamanca la cifra de mortalidad estuvo entre 3.000 y 6.000 personas y en Béjar la epidemia causó también estragos. En efecto, en relación con nuestra ciudad El Adelanto publicó que había habido 4.560 afectados y 225 defunciones. El Béjar en Madrid está de acuerdo con la primera cifra, pero eleva la segunda hasta 365. Si la primera de las cifras es fiable al tener Béjar por entonces unos 9.200 habitantes, querría decir que la epidemia afectó a alrededor de la mitad de la población. Respecto a las defunciones, si tenemos en cuenta que en 1918 hubo 258 nacimientos y 522 de funciones, es decir 225 defunciones más que en 1917, la cifra de decesos por la epidemia pensamos que podría estar más cercana a la que proporciona El Adelanto que a la que da Béjar en Madrid, si bien no la hemos podido asegurar. De cualquier forma, más de doscientos muertos en poco más de dos meses en nuestra localidad supone una cifra muy importante de decesos.

En la propagación de la enfermedad influyeron de forma decisiva el hacinamiento, la falta de higiene y la mala alimentación, porque es conocido que a las clases altas les afectó mucho menos.

Durante el desarrollo de la epidemia d. Ramiro, a pesar de encontrarse delicado de salud, se entregó en cuerpo y alma a los enfermos, trabajando de forma agotadora, además de recomendar al municipio y a los enfermos medidas básicas de higiene que eran importantes disminuir la propagación de la enfermedad. Y entendiendo que no sólo bastaba con actuar contra los efectos de ésta, buscó en el microscopio y en el laboratorio la forma de comprender las razones de la malignidad de ese virus mutante, realizando trabajos que lo revelarían como un buen bacteriólogo. Pero con los recursos investigadores de la época era imposible identificar el origen de esa mortífera gripe y, además, muchos de los pacientes que la superaron murieron después como consecuencia de infecciones secundarias, como neumonía bacteriana; recordemos que la penicilina no se descubrió hasta diez años después, en 1928.

En abril de 1924, ocho años después de solicitarla, y cuando ya casi nadie se acordaba de ello, le fue concedida la Cruz de 1ª clase de la Orden Civil de Beneficencia, con distintivo morado y negro. Las insignias de dicha orden le fueron regaladas por el pueblo de Béjar merced a una suscripción popular abierta por el semanario local La Victoria. Le fueron impuestas el 19 de octubre de dicho año por el primer teniente de alcalde, Esteban Tapia, en el salón de sesiones del Ayuntamiento con asistencia de numerosas personas, pronunciando un emotivo discurso publicado íntegro en La Victoria. En junio de 1924 había sido nombrado también Hijo Adoptivo de Béjar.


A finales del verano de 1925 a D. Ramiro le aquejaba un catarro que tenía desde hace tiempo y que no se le terminaba de curar. Acababa de haber una epidemia de viruela en Béjar y, como en otras ocasiones, el trabajo del médico había sido extenuante. Una cruda madrugada tuvo que visitar a un enfermo pobre en una casa del monte bejarano y, al parecer, esa misma tarde había estado vacunando a varias personas en otra casa de las cuestas del río con las ventanas abiertas para que entrara luz, a pesar de las corrientes de aire. Dicen las crónicas que eso, unido al catarro mal curado, pudo ocasionarle la pleuresía que en cuatro días lo llevó a la muerte el sábado, 21 de noviembre de 1925, a la edad de cincuenta años. Le asistió en todo momento José Méndez, también médico y muy amigo suyo.

El entierro se llevó a cabo el domingo a las cuatro de la tarde, presidido por el alcalde, Mariano Zúñiga, el ayuntamiento en pleno, y su familia. Asistieron numerosas personalidades bejaranas y foráneas, los empleados municipales francos de servicio y, mostrando especial sentimiento, una gran muchedumbre que quería acompañar en su último adiós a quien se había entregado sin reservas al servicio del pueblo llano. Desde el Puente Viejo fue conducido a hombros hasta el cementerio, portando las cintas del féretro varios de sus compañeros médicos. Fue enterrado en el panteón propiedad de Marcelino Cagigal, director de la Escuela Industrial y gran amigo suyo, en el Patio de San José.

La Victoria dijo del entierro: «El sentimiento no tuvo límites al recibir cristiana sepultura en tierra bejarana el cadáver de este hombre admirable, incansable trabajador, que dedicó toda su vida a mitigar piadosa y sabiamente las dolencias de sus semejantes,…».

Su antiguo colega, Enrique Suñer, catedrático de Enfermedades de la Infancia en la Universidad de Valladolid, envió un artículo a Béjar en Madrid con motivo de la muerte de su colega y amigo. Dice en él: «Cuando todos contemplábamos a Ramiro Arroyo como una próxima gloria de la cátedra, como miembro del primero de nuestros hospitales, camino de triunfar con el más brillante de los éxitos y la más rápida de las fortunas, supimos con cierta sorpresa que voluntariamente se enterraba en el pueblo de Béjar, para seguir la vida de martirio, de trabajo incesante, de continuos desvelos, de agotamiento prematuro,…».

D. Ramiro siempre fue un católico fervoroso y practicante, pero sumamente respetuoso con las opiniones de los demás. Por ello tenía amigos de toda clase y condición.

Hoy día, a muchos años de estos acontecimientos, debemos felicitarnos de que, gracias a que nuestro ayuntamiento dio su nombre a una calle, D. Ramiro Arroyo Samaniego no duerme el injusto sueño del olvido

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